martes, 7 de octubre de 2008

De sastres y desastres

Nunca me gustaron los entrenadores de diseño. Siempre he creído que el mejor entrenador es el que menos interviene, el que menos estropea el equipo al que ha llegado. De ahí mi curtida admiración por Bartlebys futbolísticos como Del Bosque. El fútbol es tan díscolo y estúpido como la economía de mercado, y los clubes están hasta el cuello de organigramas basura, hipotecados de por vida de dirigentes subprime. Ustedes me entienden. Mijatovic es un broker prehistórico, un patán que se abrillantaba con la gomina del centollo y que solventa sus errores con la eficaz estrategia de los chivatos. Begiristain nació en los altos hornos sólo para morir en los bajos fondos, pero su Armani no disimula ese encefalograma plano que se derrama por su nariz. Dicho todo esto, que tal vez hoy no era necesario, acudo a este estimulante foro para señalar un error de apreciación en mi análisis del trabajo y el mérito de los grandes entrenadores. Cegado por el dañino reflejo de los diseñadores de equipos, hasta esta noche no reparé en la fabulosa labor de los sastres del fútbol. Guardiola, que parece venido al mundo en la pasarela de la elegancia y la educación, es sólo un concienzudo y obstinado sastre remendón. Eso sí: su modelo de cabecera es la bellísima fantasía. Seis a uno. El azar, claro. Y el arte de coser los botones. Montoto y otros saben que lamento de corazón el desastre del Atleti. Tal vez los aplausos que le dedico a Pep no permiten escuchar los ayes que me atraviesan.

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