EL MIEDO A TRASPASAR LA FRONTERA
Tan mal me cae Bunbury picoteando en ideas ajenas como esa histérica horda de predicadores fundamentalistas que le buscan para ahorcarle en el primer árbol de las afueras del pueblo. Como en aquellos episodios desquiciados del Tomate cuando les daba por linchar a un personaje al azar, que muchas veces no era mucho peor que la propia filosofía del programa, por muy justificada que estuviera la acusación. Bunbury llegó para tocar en Córdoba en medio de una tormenta de rayos, truenos y centellas, en medio de un tsunami hipócrita del que propuse quedarme al margen, pero que finalmente me ha arrastrado y obligado a tomar opinión, y aquí me veo por mi mala cabeza, hablando de ello. Su concierto no decepcionó, ni por asomo, a pesar de que interpretó numerosos temas de su nuevo disco, poco conocidos porque aún no a la venta, aunque si pirateado en Internet.
La vida está llena de fronteras. Grandes y pequeñas, peligrosas o insignificantes. Fronteras que cruzamos o no según nuestra audacia, ambición, descaro o falta de escrúpulos. Fronteras que a menudo da miedo traspasar. Bunbury conoce bastantes de esas fronteras, ha ido y venido sobrepasando sus delgadas líneas rojas, y a estas alturas ya nadie debería sorprenderse al descubrir unas frases de otro en sus canciones. Ya lo sabíamos. El Héroe se ha reinventado a sí mismo, sin miedo, tantas veces que difícilmente podría haberlo hecho sin tomar referencias de acá o de allá, como muchos otros músicos, escritores, pintores, periodistas o arquitectos. La ley, que también existe a la hora de cruzar esta frontera, es la que debe poner las cosas en su sitio. Mientras, hondonadas de frikis buscan en google el origen de miles de frases, encendidos. El aburrimiento es muy malo.
Bunbury, a todo esto, pasea un espectáculo elegante, sumido en su habitual estética cercana siempre a circos, cabarets, clubs, rings y otros recintos en los que la frontera es dudosa en su emplazamiento. Cerró apoteósicamente con Lady Blue y El viento a favor, con orgasmos múltiples entre los acérrimos y pelos de escarpia entre los sensibles. Antes había construido sobre el desierto un repertorio ágil, caprichoso y convincente. Bunbury avanza en un viejo Cadillac por las llanuras de México en busca de su enésimo perfil, de su nueva identidad. Su dni ya es tan confuso como único, visceral, orgulloso y soberbio. Se le escuchó digerible, entrometido en el pop, crecido en el rock, husmeando en la canción popular… Siempre tiene una antena en su tejado para buscar “nuevas ideas”. Aquí si que es verdad que estás con él o contra él. Grita ¡acción!, sufre, se retuerce, emula, se mimetiza, trasciende, rebusca, imita, susurra palabras de amor mientras te apuñala con frases que ahora ya todos dudan de que sean suyas ¿Y qué? ¿Nadie aquí tiene defectos? Yo también los tengo: he plagiado el título de este artículo de una canción de Héroes. Ea, nos vemos en los tribunales.
Tan mal me cae Bunbury picoteando en ideas ajenas como esa histérica horda de predicadores fundamentalistas que le buscan para ahorcarle en el primer árbol de las afueras del pueblo. Como en aquellos episodios desquiciados del Tomate cuando les daba por linchar a un personaje al azar, que muchas veces no era mucho peor que la propia filosofía del programa, por muy justificada que estuviera la acusación. Bunbury llegó para tocar en Córdoba en medio de una tormenta de rayos, truenos y centellas, en medio de un tsunami hipócrita del que propuse quedarme al margen, pero que finalmente me ha arrastrado y obligado a tomar opinión, y aquí me veo por mi mala cabeza, hablando de ello. Su concierto no decepcionó, ni por asomo, a pesar de que interpretó numerosos temas de su nuevo disco, poco conocidos porque aún no a la venta, aunque si pirateado en Internet.
La vida está llena de fronteras. Grandes y pequeñas, peligrosas o insignificantes. Fronteras que cruzamos o no según nuestra audacia, ambición, descaro o falta de escrúpulos. Fronteras que a menudo da miedo traspasar. Bunbury conoce bastantes de esas fronteras, ha ido y venido sobrepasando sus delgadas líneas rojas, y a estas alturas ya nadie debería sorprenderse al descubrir unas frases de otro en sus canciones. Ya lo sabíamos. El Héroe se ha reinventado a sí mismo, sin miedo, tantas veces que difícilmente podría haberlo hecho sin tomar referencias de acá o de allá, como muchos otros músicos, escritores, pintores, periodistas o arquitectos. La ley, que también existe a la hora de cruzar esta frontera, es la que debe poner las cosas en su sitio. Mientras, hondonadas de frikis buscan en google el origen de miles de frases, encendidos. El aburrimiento es muy malo.
Bunbury, a todo esto, pasea un espectáculo elegante, sumido en su habitual estética cercana siempre a circos, cabarets, clubs, rings y otros recintos en los que la frontera es dudosa en su emplazamiento. Cerró apoteósicamente con Lady Blue y El viento a favor, con orgasmos múltiples entre los acérrimos y pelos de escarpia entre los sensibles. Antes había construido sobre el desierto un repertorio ágil, caprichoso y convincente. Bunbury avanza en un viejo Cadillac por las llanuras de México en busca de su enésimo perfil, de su nueva identidad. Su dni ya es tan confuso como único, visceral, orgulloso y soberbio. Se le escuchó digerible, entrometido en el pop, crecido en el rock, husmeando en la canción popular… Siempre tiene una antena en su tejado para buscar “nuevas ideas”. Aquí si que es verdad que estás con él o contra él. Grita ¡acción!, sufre, se retuerce, emula, se mimetiza, trasciende, rebusca, imita, susurra palabras de amor mientras te apuñala con frases que ahora ya todos dudan de que sean suyas ¿Y qué? ¿Nadie aquí tiene defectos? Yo también los tengo: he plagiado el título de este artículo de una canción de Héroes. Ea, nos vemos en los tribunales.
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