domingo, 19 de octubre de 2008

Autopía: eutopía: Episodio 10: La ciudad interior

 
Dejé a Loquillo emulando la obsesión gimnástica de El Córdobés, y me alejé del Vista Alegre bailando bajo la lluvia. No era, en absoluto, el efecto de la última jornada de conciertos, sin duda la más apática de las eutópicas, pero sí el resultado de tanta emoción acumulada en estas fechas. Saltando de charco en charco, me preguntaba si la creación es el fruto de un acto voluntario o de un afortunado accidente. Un coche, ebrio de ragatón y prisas, me dio la respuesta adecuada salpicándome de barro. Llegué a casa hecho un cristo, besé los cabellos de mi mujer durmiente y, bajo el agua templada de la ducha, me puse a recordar la intensidad de estos días.

Por el desagüe se fue lo banal, el sumidero se tragó lo contingente, pero poco a poco fue emergiendo lo necesario y llegaron los ecos de cal y de arena, de polvo y cemento, y comprobé que en cada superficie las huellas imprimen una memoria distinta.

Será difícil olvidar la honestidad mestiza de maestros como Calamaro y Bunbury, la eficacia profesional de Amaral, la energía inagotable de Lori Meyers, la sobredosis de optimismo de Facto Delafé y las Flores Azules. He compartido la sensación general de que todos ellos nos dieron lo mejor de sí mismos, de que nos regalaron su mejor versión.

Indeleble será también el registro de la sarcástica respuesta de Sabino Méndez cuando le preguntamos por su relación con la literaria generación Nocilla: “Cuando llegó la Nocilla yo ya estaba con la heroína”. Inmarcesibles parecen los frutos callejeros de la curiosidad y las artes, de los entreactos y las conversaciones, de las palabras, los pinceles y las miradas, de cada propuesta, de cada gestación, de esa infinita ilusión del embarazo.

¿Ninguna crítica? Pues claro que sí: Todas las precisas para que el motor no se detenga: Más riesgo y más abismo, más Europa y más barrio, más ansias migratorias, menos fronteras intelectuales y morales. Lo que haga falta.

La ciudad respira. Está saliendo el sol. Las aceras laten. Salvaje es el viento.

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