EL TIEMPO Y LA DISTANCIA
El maratón en que se convirtió la última velada eutópica en Vistalegre tuvo un claro campeón, el vigués Iván Ferreiro. Frente a la sosería rockera de Quique González en directo y a las manidas poses de Loquillo, el capitán pirata (que diría mi compañero de página) se impuso con su pop intenso e intransferible. Es cierto que la cosa no era competir, pero resulta inevitable subirlos al ring. Vayamos por partes.
Uno, la organización debería reflexionar sobre el hecho de pasar seis horas en un recinto, algo que mataría la ilusión hasta de quien esperase a Lou Reed (excepto Loquillo, que le esperaría eternamente). Solución: o menos grupos o menor tiempo por concierto.
Dos, lo del buen sonido en Vistalegre parecer ser patrimonio exclusivo de los grandes técnicos de las grandes giras (léase Amaral). Para los más independientes conquistar un buen espacio sonoro en el pabellón sigue siendo inalcanzable.
Tres, Quique González rompió el hielo con su banda, La aristocracia del barrio, igual que hiciera en este mismo lugar hace dos años en la primera edición de Eutopía junto a los Taxidrivers. Y poco han cambiado las cosas: un puñado de canciones nuevas de arreglos más sencillos y Quique alternando la guitarra eléctrica con la acústica y sentándose en el teclado. Un concierto para adictos a sus acertadas letras y estupendas melodías, de esos que no te cambian el estado de ánimo ni te hacen temblar. Lástima que de Pájaros mojados, su mejor disco, sólo sonara Pequeño Rock and roll.
Cuatro, al madrileño le sacó lo mejor Ivan Ferreiro. Juntos entonaron, durante el concierto del gallego, Vidas cruzadas y Turnedo, gran momento de la eterna velada. El ex cantante de Piratas subió los ánimos y se llevó al público a la cancha, fans que no pararon de corear sus sacudidas emocionales. Con una voz reconocible entre diez mil (la del hermano pequeño y popero de Albert Pla) fue dejando surcos apasionados con canciones llenas de intenciones y sin memoria pirata, sin guiños al pasado, sólo mirando hacia los tesoros por conquistar.
Y cinco, todo lo contrario que Loquillo. Da la sensación de que si el loco no hubiera entonado El rompeolas, El ritmo del garaje o Cadillac solitario, redondas canciones de Sabino, los de las camisetas del pájaro loco no le hubiesen dejado salir vivo del pabellón. Él se encaminaba por su Arte y ensayo, por su Rock’n roll actitud, por lo más reciente y ¡nominado al Grammy latino!, Balmoral, pero nada, lo de soltar lastre se le resiste. Los más jóvenes del lugar lo abandonaron en bandadas. Puede que no entiendan a un señor con tupé y trajeado, que canta chulesco con el pie encima del monitor de sonido y que suda hombría a borbotones por mucho que haya metido a una bajista en la banda (con minifalda, claro). Pueda que fuera el mejor en otra vida. Desde luego no en ésta.
El maratón en que se convirtió la última velada eutópica en Vistalegre tuvo un claro campeón, el vigués Iván Ferreiro. Frente a la sosería rockera de Quique González en directo y a las manidas poses de Loquillo, el capitán pirata (que diría mi compañero de página) se impuso con su pop intenso e intransferible. Es cierto que la cosa no era competir, pero resulta inevitable subirlos al ring. Vayamos por partes.
Uno, la organización debería reflexionar sobre el hecho de pasar seis horas en un recinto, algo que mataría la ilusión hasta de quien esperase a Lou Reed (excepto Loquillo, que le esperaría eternamente). Solución: o menos grupos o menor tiempo por concierto.
Dos, lo del buen sonido en Vistalegre parecer ser patrimonio exclusivo de los grandes técnicos de las grandes giras (léase Amaral). Para los más independientes conquistar un buen espacio sonoro en el pabellón sigue siendo inalcanzable.
Tres, Quique González rompió el hielo con su banda, La aristocracia del barrio, igual que hiciera en este mismo lugar hace dos años en la primera edición de Eutopía junto a los Taxidrivers. Y poco han cambiado las cosas: un puñado de canciones nuevas de arreglos más sencillos y Quique alternando la guitarra eléctrica con la acústica y sentándose en el teclado. Un concierto para adictos a sus acertadas letras y estupendas melodías, de esos que no te cambian el estado de ánimo ni te hacen temblar. Lástima que de Pájaros mojados, su mejor disco, sólo sonara Pequeño Rock and roll.
Cuatro, al madrileño le sacó lo mejor Ivan Ferreiro. Juntos entonaron, durante el concierto del gallego, Vidas cruzadas y Turnedo, gran momento de la eterna velada. El ex cantante de Piratas subió los ánimos y se llevó al público a la cancha, fans que no pararon de corear sus sacudidas emocionales. Con una voz reconocible entre diez mil (la del hermano pequeño y popero de Albert Pla) fue dejando surcos apasionados con canciones llenas de intenciones y sin memoria pirata, sin guiños al pasado, sólo mirando hacia los tesoros por conquistar.
Y cinco, todo lo contrario que Loquillo. Da la sensación de que si el loco no hubiera entonado El rompeolas, El ritmo del garaje o Cadillac solitario, redondas canciones de Sabino, los de las camisetas del pájaro loco no le hubiesen dejado salir vivo del pabellón. Él se encaminaba por su Arte y ensayo, por su Rock’n roll actitud, por lo más reciente y ¡nominado al Grammy latino!, Balmoral, pero nada, lo de soltar lastre se le resiste. Los más jóvenes del lugar lo abandonaron en bandadas. Puede que no entiendan a un señor con tupé y trajeado, que canta chulesco con el pie encima del monitor de sonido y que suda hombría a borbotones por mucho que haya metido a una bajista en la banda (con minifalda, claro). Pueda que fuera el mejor en otra vida. Desde luego no en ésta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario