UNA TERAPIA PELIGROSA
Mire doctor: ya se que vine a usted angustiado por mi problema, pero no me va a creer si le digo que se ha resuelto. Si, no me mire así. Agradezco sus esfuerzos, su interés y sus costosas sesiones, pero ya no le necesito. Todo ha cambiado. He visto la luz. Verá, cuando llegué angustiado por ese problema, sí, ya sabe, mi fobia al Vistalegre, la desesperación se abría paso en mis tripas. Ahora lo veo todo de otro color. Aunque le aseguro que no ha sido fácil, ni ha faltado dolor en el proceso. No se ponga nervioso que ya le cuento.
Cuando llegué al concierto mi espíritu no era precisamente el de unas castañuelas. Tenía frescas en mi memoria las ocasiones en las que mis tímpanos me amenazaron seriamente con desertar si les sometía por más tiempo a semejante tortura, no se si llegó a sus oídos la fama que tiene la acústica del lugar. Recordaba que no puedes tomar ni un vaso de agua en la pista, que es donde se cuece la coliflor, que a los pocos minutos las barras encharcan sus aledaños, que en unas zonas te escurres y en otras te pegas… en fin, que mis piernas me guiñaban calambres del tipo de ¿Y si nos vamos?. Venciendo mi fobia me planté ante Lori Meyers. Me sorprendió la cantidad de gente que coreaba sus canciones y la manera en que transmitían ritmo, buen rollo y a la vez lirismo. Lástima que sonaran para cortarse las venas. La ya familiar bola de graves se adueñó del recinto saludando a los habituales y recordándonos que en ese reino manda ella. Para colmo los Lori siguieron al milímetro su habitual formación en gira, con ¡dos baterías! tocando al unísono. Algo así como encerrarse en una tienda de campaña con dos leones. Grave sobre grave. Poco más de una hora en la que pude entrever unas canciones apetecibles y directas que reafirman su noble posición dentro del indie nacional. A esas horas ya sólo podía salvarme un milagro.
Si doctor, ya lo sé. Soy muy delicado. Pero es que si no lo cuento reviento. Pero calle, calle, y escuche, que le hablaré ahora de algo que le va a dejar sin aliento.
Se abre un telón y aparece Eva con una máscara y Juan con el gorro. Un par de segundos en el alambre, en el filo de la cornisa, sin saber que será de mí. Hasta que suena Kamikaze y mis orejas se abren como paraguas seducidas por un sonido pulcro, intachable, perfectamente equilibrado y ajustado a las características del recinto. Ahí acabó mi problema. El ingeniero logró en un minuto más que usted en un mes. Terapia de choque. Amaral se deslizó con comodidad, serpenteante, por un repertorio que exprimió nuevos y viejos temas, llenando un descomunal escenario que conjugaba sencillez con otros conceptos como tecnología, originalidad y eficacia. A partir de ahí la pareja machacó a la clientela con una interminable lista de terapias que por lo que mi respecta me parecieron de lo más eficaz. Hubo terapia de pareja, a través de la química que rezuman en el escenario. Terapia magnética que permitió que los glóbulos rojos se polarizaran ayudando a oxigenarse y eliminar residuos tóxicos (lease malos recuerdos musicales). Terapia génica gracias a influencias y acervos musicales que les permiten mantener un estandar elogiable de calidad, sin necesidad de reproducirlas con fidelidad (Iker, no busques el enigma). La psicoterapia de Carl Roger, que afirma que existe en todo ser humano (lease “grupo musical”) una tendencia innata a la actualización, al desarrollo progresivo y a la superación constante, si se encuentran presentes las condiciones adecuadas. La terapia familiar, que agrupa a clanes enteros frente a un concierto de este calibre. La terapia breve, resumida en fascinantes letras de tres minutos y medio. Las terapias naturales, basadas en argumentaciones que agitan conciencias para que nuestros hijos hereden un mundo habitable. La terapia perfeccionista, la de las canciones de lecturas múltiples, la de dos millones de discos vendidos sin caer en la trampa, la del pop construido sobre rock, la de reflexología a base de pies imposible de permanecer quietos…
Gracias doctor por sus esfuerzos, pero estoy curado. Aunque comienzo a sentir cierta ansiedad. Puede que esta terapia sea tan eficaz como peligrosa porque… ¿Qué pasará conmigo la próxima vez que suene mal?
Mire doctor: ya se que vine a usted angustiado por mi problema, pero no me va a creer si le digo que se ha resuelto. Si, no me mire así. Agradezco sus esfuerzos, su interés y sus costosas sesiones, pero ya no le necesito. Todo ha cambiado. He visto la luz. Verá, cuando llegué angustiado por ese problema, sí, ya sabe, mi fobia al Vistalegre, la desesperación se abría paso en mis tripas. Ahora lo veo todo de otro color. Aunque le aseguro que no ha sido fácil, ni ha faltado dolor en el proceso. No se ponga nervioso que ya le cuento.
Cuando llegué al concierto mi espíritu no era precisamente el de unas castañuelas. Tenía frescas en mi memoria las ocasiones en las que mis tímpanos me amenazaron seriamente con desertar si les sometía por más tiempo a semejante tortura, no se si llegó a sus oídos la fama que tiene la acústica del lugar. Recordaba que no puedes tomar ni un vaso de agua en la pista, que es donde se cuece la coliflor, que a los pocos minutos las barras encharcan sus aledaños, que en unas zonas te escurres y en otras te pegas… en fin, que mis piernas me guiñaban calambres del tipo de ¿Y si nos vamos?. Venciendo mi fobia me planté ante Lori Meyers. Me sorprendió la cantidad de gente que coreaba sus canciones y la manera en que transmitían ritmo, buen rollo y a la vez lirismo. Lástima que sonaran para cortarse las venas. La ya familiar bola de graves se adueñó del recinto saludando a los habituales y recordándonos que en ese reino manda ella. Para colmo los Lori siguieron al milímetro su habitual formación en gira, con ¡dos baterías! tocando al unísono. Algo así como encerrarse en una tienda de campaña con dos leones. Grave sobre grave. Poco más de una hora en la que pude entrever unas canciones apetecibles y directas que reafirman su noble posición dentro del indie nacional. A esas horas ya sólo podía salvarme un milagro.
Si doctor, ya lo sé. Soy muy delicado. Pero es que si no lo cuento reviento. Pero calle, calle, y escuche, que le hablaré ahora de algo que le va a dejar sin aliento.
Se abre un telón y aparece Eva con una máscara y Juan con el gorro. Un par de segundos en el alambre, en el filo de la cornisa, sin saber que será de mí. Hasta que suena Kamikaze y mis orejas se abren como paraguas seducidas por un sonido pulcro, intachable, perfectamente equilibrado y ajustado a las características del recinto. Ahí acabó mi problema. El ingeniero logró en un minuto más que usted en un mes. Terapia de choque. Amaral se deslizó con comodidad, serpenteante, por un repertorio que exprimió nuevos y viejos temas, llenando un descomunal escenario que conjugaba sencillez con otros conceptos como tecnología, originalidad y eficacia. A partir de ahí la pareja machacó a la clientela con una interminable lista de terapias que por lo que mi respecta me parecieron de lo más eficaz. Hubo terapia de pareja, a través de la química que rezuman en el escenario. Terapia magnética que permitió que los glóbulos rojos se polarizaran ayudando a oxigenarse y eliminar residuos tóxicos (lease malos recuerdos musicales). Terapia génica gracias a influencias y acervos musicales que les permiten mantener un estandar elogiable de calidad, sin necesidad de reproducirlas con fidelidad (Iker, no busques el enigma). La psicoterapia de Carl Roger, que afirma que existe en todo ser humano (lease “grupo musical”) una tendencia innata a la actualización, al desarrollo progresivo y a la superación constante, si se encuentran presentes las condiciones adecuadas. La terapia familiar, que agrupa a clanes enteros frente a un concierto de este calibre. La terapia breve, resumida en fascinantes letras de tres minutos y medio. Las terapias naturales, basadas en argumentaciones que agitan conciencias para que nuestros hijos hereden un mundo habitable. La terapia perfeccionista, la de las canciones de lecturas múltiples, la de dos millones de discos vendidos sin caer en la trampa, la del pop construido sobre rock, la de reflexología a base de pies imposible de permanecer quietos…
Gracias doctor por sus esfuerzos, pero estoy curado. Aunque comienzo a sentir cierta ansiedad. Puede que esta terapia sea tan eficaz como peligrosa porque… ¿Qué pasará conmigo la próxima vez que suene mal?
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