No hace demasiados años, en La Boca del Lobo, reducto mágico de la noche madrileña, los casi dos metros de Loquillo entraron en el local desplazando público y atmósfera y se plantaron junto a la barra. Oteando el panorama con esa visera que lleva por flequillo, distinguió en la planta superior la silueta bailona de Santiago Auserón. El pívot del rock fue a ver al medio centro del pop, quien le saludó diciéndole: “Mis respetos, don José María”. El Loco le estrechó la mano y le contestó: “Sus respetos, no, don Santiago: los míos. Que usted es mayor que yo”.
La escena es verídica y refleja a la perfección la arrogancia desbordante y genuina que derrama el tipo que un día dijo que quería ser una rock and roll star. Confieso que siempre me ha parecido entrañable su insistencia en demostrar su cultura francesa, su amplitud de registros, su compromiso social, su bagaje literario, su savoir faire. Jamás he comprado un disco suyo, pero la única vez que fui a verlo en directo acabé pasando un rato estupendo. Entre los intereses de esta noche está esa rareza que supone en su repertorio la fantástica canción titulada Sol, compuesta por el amigo Sabino Méndez. Un tema que ya quisieran para sí la mitad de los grupos indies de este país y que Loquillo interpreta con misterio y convicción. Un buen argumento para pasar hoy por el pabellón.
Otro es Iván Ferreiro, capitán pirata de una fascinación generacional que compartí en algunas ocasiones, sobre todo con la impactante Años 80. Su trayectoria en solitario sigue logrando el respeto general, respeto que en Córdoba adquiere tintes de reverencia.
Y también estará Quique González, quien merece todos mis respetos como kamikaze de la industria discográfica y pájaro mojado del sistema. Sin embargo todavía no he encontrado el camino para interesarme por su propuesta artística.
Loquillo cierra la lluvia de incunables estrellas que nos ha traído esta tercera edición de Eutopía. Podría decirse que el Festival acaba a la elevada altura de su tupé.
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