sábado, 24 de mayo de 2008

Facto Delafé. Es un hecho


El efecto Facto

Low Club On Stage dispone una noche larga en la sala Heineken. Larga, variopinta y cara-carísima: minis de cerveza a 12 euros, por poner un doloroso ejemplo.
El programa arranca con Clovis y Tachenko, dos celebrados grupos indies que me producen desigual interés y similar aburrimiento. Intentaré ser ecuánime: el grupo de Fino tiene buenos músicos, buenas canciones y buenas intenciones. Creo que me esforzaré en escucharlos y que sabré disfrutarlos. Seguramente, sólo pasó que no fui a verlos a ellos. Lo de Tachenko es otra cosa. O pagué con ellos mi cabreo por el precio de la cerveza o no sé entender las bendiciones que provocan y reciben entre la parroquia independiente. A mí no me gustaron. Es todo lo que puedo decir.
Entre el público, expectante y nervioso por la llegada del tercer grupo, me encuentro a Julio Ruiz, que me comenta su inquietud por el rumbo que de nuevo parece tomar esa aventura hermosa y arriesgada que siempre ha sido radio 3. También me da tres iniciales que definen sus esperanzas.
Pero vayamos al hecho: es decir, a Facto. Su espectáculo sí que es otras cosa: parece mentira que con andamios tan ruinosos como el rap o el buenrollito se puedan construir propuestas como ésta. Claro que la gracia de la bellísima Helena Miquel tiene mucho que ver, pero no es la única razón. Las canciones de Facto Delafé y Las Flores Azules consiguen transmitir emociones cotidianas con una eficacia extraordinaria. Pocas veces he visto a un público tan implicado, tan entregado, tan feliz. Claro que esto puede aplicarse a otros grupos a los que resultaría difícil defender. Pero, primero: para nada necesita esta gente mi defensa, ni la de nadie. Y segundo. Lo grande es ver que esto ocurre con artistas que exponen a pecho abierto sus verdades y su estilo. Tal vez sea el premio al valor de renunciar al pudor que hoy se aplica a los sentimientos más sencillos. Tal vez sea ésa la recompensa y tal vez el rechazo que convocan entre determinados grupetes de críticos y músicos sea también la prueba de que, a estas alturas, lo provocador es amar.
Después de la catarsis fáctica la fiesta continuó por otros derroteros, yo salí y entré varias veces y acabé convencido de que el precio de las copas era más razonable que el de la cerveza. Cuando volví a casa, algo mareado y marcado por un sello con el logo del local impreso en el dorso de mi mano derecha, recordé varios estribillos positivos y vitalistas (“esto no se para”, “no nos menospreciemos”) y me enfrenté con ánimos renovados a la luz de la mañana…

1 comentario:

Brigitte dijo...

Como puedes deducir, discrepo de tu opinión sobre Clovis y Tachenko, pero estamos de acuerdo con el conciertazo de Facto.
Los colores.
Un saludo,
Brigitte