miércoles, 21 de febrero de 2007

LA CASA INGLESA DEL CASTAÑAR (IV)



Caballo de fuego y mono de tierra

La última noche en la Casa Inglesa del Castañar. Anna está preparando la cena y yo echo un vistazo a la biblioteca, en la que encuentro un libro enorme llamado Limousines, y pienso en buscarlo para regalárselo a los chicos de Limousine, pero compruebo que no habla de coches infinitos, sino de una raza especial de bóvidos. Anna me habla de Clara Janés, que estuvo unos días en la Casa dando una charla, y me deja un libro que, aunque fue premio de poesía Gil de Biedma, no me interesa demasiado.

En la terraza del balneario, buscando los últimos rayos de sol, me digo que la filosofía está dormida desde los tiempos de Sócrates. Puede que Séneca murmurase en sueños, y también es seguro que Nietzsche roncaba como una bestia, pero poco más, muy poco más, ha ocurrido desde entonces. Si la filosofía está parada, el arte (como la gastronomía, o la moda) está en claro retroceso. Sólo avanzan a buen ritmo la técnica, las comunicaciones, el cine y la literatura. Eso es lo que pienso, cuando el sol decide ocultarse tras la única nube del cielo.

Anna me agasaja con una cena suculenta: ensalada de aguacates y langostinos y un buen chuletón de ternera. Anna baja las luces y yo pongo el disco en solitario de Staples. Todo muy romántico. Estamos solos en esta elegante casa y, durante la cena, Anna me habla constantemente de su interés por el estudio de las distintas relaciones de pareja. Me comenta varios ejemplos de casos fallidos (¿los que no fallan son los que duran?) y, de improviso, me sorprende al comentar que ella cree que una combinación casi infalible es la de una mujer “veinte o treinta años mayor que el hombre”.

Cada ciencia adopta una actitud distinta ante el inevitable y cercano fin del mundo: la filosofía calla; el arte (como la moda o la gastronomía) grita como un histérico reclamando su condición exclusiva de víctima (pues cree, como sus compañeros de viaje, que su desaparición es la única que verdaderamente importa); las demás corren y corren, sin saber a qué lugar se dirigen.

Anna me cuenta que fue muy feliz con su marido, que era vidente. Que nunca discutieron y que disfrutaron mucho juntos. El marido murió y, años después, Anna inició otra relación maravillosa con otro hombre que también falleció. Antes de preparar el té verde, Anna pone unas canciones de una cantante libanesa, Fairuz. Son temas orientales compuestos por los Rahbani Brothers. Anna me cuenta que a Mick Jagger le encantaba esta atractiva mujer, de suave pero potente voz. El disco se llama Lou Lou.

El libro de Vila-Matas es una delicia, aunque ha incluido algunas referencias musicales que no me gustan nada. Cuando Vila-Matas habla de música lo percibo como un hombre viejo. ¿Pero qué dice el viejo este de Rosario Flores o Tom Waits –quien será, por cierto, más viejo que Vila-Matas? Las referencias musicales las puedo hacer yo, o Ray Loriga, pero ¿Vila-Matas? En cambio es fantástico tropezarse con sus valoraciones futbolísticas.

Tras Fairuz, Anna selecciona temas de Katie Melua, Lizz Wright y Timi Yuko. Y retoma el tema de las parejas. Yo le hablo de mi mujer, y ella me pregunta nuestras fechas de nacimiento. Busca algunos datos en un par de libros desgastadísimos y me cuenta que en el horóscopo chino yo soy caballo de fuego y mi mujer es mono de tierra, y que ésta es una combinación muy complicada.

Vila-Matas habla de la bella infelicidad, y encuentro una relación inmediata con mi interés por la necesaria tristeza. Cada vez que leo a un escritor que me gusta, lo acerco a mis experiencias, o eso creo, sin apenas querer reparar en la certeza de que en realidad, soy yo quien pretende aproximarse a él.

Anna me cuenta las características de los caballos de fuego, y realmente puedo admitir algunas coincidencias (la inconsistencia, sobre todo). Pero después me lee las de los monos de tierra, y no hay manera de reconocer en esas palabras nada que tenga que ver con mi mujer. Cuando se lo digo me pide que la defina, a mi mujer, y me pone en una situación muy difícil. Salgo como puedo del paso y ella me dice que es muy extraño, que nunca había fallado en una descripción fundamentada en el horóscopo chino. “Tal vez no la conozcas realmente”, concluye, desafiante y enigmática.

Dice Vila-Matas: “Mi vida estaba llena de saltos, de idas y venidas imprevistas (…) Me acuerdo muy bien de que entonces la muerte todavía estaba escondida en los relojes. Ahora quien está escondido soy yo”. Parece la historia exacta de otro caballo de fuego, y de su inevitable destino.

Cerca de las dos de la noche llega su hija Yara, que viene de tomar unas copas, y se ríe mucho de la obsesión de su madre por el horóscopo chino. Pero recuerda, entre risas, que los chinos nunca quieren tener hijos que sean caballos de fuego.


Béjar, 24 de septiembre de 2005

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