Astronáutica lenta
La carrera espacial es, cuanto menos, perezosa. Hace unos días leí que Bush había prometido un nuevo viaje tripulado a la Luna antes del 2020, y que la NASA tenía previsto que cuatro astronautas pasaran una semana en el satélite en el año 2018. Desde que Armstrong diera aquel paso, acompañado por Aldrin y Collins, sólo han estado por allí once estadounidenses. Algo muy lejano a las profecías y deseos de nuestros padres, que hace treinta años nos decían que cuando fuésemos mayores podríamos ir a la Luna de vacaciones como entonces íbamos a Roquetas de Mar o a Torremolinos.
El último desayuno con Anna está mecido por un concurso radiofónico de ópera y por delicadas melodías chinas. Antes de irme, me pide que le escriba algo en el libro de visitas. Con una caligrafía desastrosa le escribo algo parecido a esto: “Ha sido una suerte que mi casa no estuviese disponible para poder conocer un lugar mágico y fascinante como éste. Espero volver pronto y seguir disfrutando de tu conversación y de tu sonrisa”. Le doy un disco de Scalde, Poperetta, y ella me regala Eveything I have is yours, de Billy Eckstine, un tipo que trabajó, ahí es nada, con Charlie Parker, Sarah Vaughan, Dizzy Gillespie, Quincy Jones y Count Bassie, entre otros.
El proyecto de la NASA, además, tiene escasas posibilidades de éxito. No está la economía estadounidense para tales dispendios. Parece que el salto para la Humanidad no fue más que un capricho momentáneo, que la carrera no era más que una infantil competición contra los rusos, y que sin rival (espacial) nadie tiene ganas de seguir corriendo.
Así que me voy de la Casa Inglesa del Castañar, y después de disfrutar del último masaje de Angelines, pongo rumbo a Madrid para ver a mi mujer, que todavía apenas ha visitado este diario. Durante el masaje, Angelines me cuenta que estudia Podología en Madrid, y que en una semana se va para allá, así que le pregunto si conoce algún lugar donde pueda recibir masajes y ella se ofrece a venir a dármelos a mi domicilio. Me anota su teléfono en un post it, junto a su nombre: Estíbaliz.
La sorpresa que me causan estos datos y previsiones, se multiplica al caer en mis manos un libro de 1969 de Luis Miratvilles, titulado Visado para el futuro. Pocos días después de la primera llegada de humanos a la Luna, Miratvilles habla fascinado de conceptos como el perceptron, la biocibernética, el tercer infinito, el Homo Cosmicus, la hibernación, o los relojes biológicos, e incluye fotografías de las unidades de memoria de un ordenador IBM.
Mi confusión entre los nombres de Angelines y Estíbaliz no es tan preocupante. De hecho, me dijo su nombre el primer día, y al siguiente yo recordaba varios datos sobre el mismo: que era polisílabo, que tenía mayoría de vocales débiles y que incluía una ele. De hecho Angelines y Estíbaliz son palabras conectadas (el final de la primera coincide con el principio de la segunda), tienen nueve letras, cuatro sílabas y comparten, además, la sílaba li y las vocales a y e. Sólo se diferencian en tres consonantes. Son palabras, por lo tanto, parecidísimas. Aunque esto sea algo que sólo podamos entender mi hermana y yo.
Miratvilles. Pero, ¿quién es Miratvilles? ¿Cómo puedo conocer el careto de Julián Muñoz o de Willy Toledo y no saber quién es Miratvilles? Visado para el futuro explica cómo la investigación de las conducta de los animales sirve para aplicarla a la ciencia, y muestra a un hombre sorprendido de que, por ejemplo, la araña firme sus telas. Habla de conservar vivos los cerebros. Admite que el hambre es la verdadera guerra de la humanidad y, pese a ello, concluye el libro con un canto apasionado al futuro.
Mientras mis piernas son estrujadas por el efecto de la presoterapia, recuerdo que en pocos días, muchos de los que fueron mis amigos estrenaran sus nuevas obras. A algunos de esos amigos los pudrió el veneno del artista fracasado. De nuevo esperan una oportunidad que nunca les llegará, y apenas vislumbran la posibilidad del éxito se apresuran a librarse de la incómoda compañía de los que los escuchamos y atendimos en los tiempos de miseria. A otros, simplemente, la fama les reclama nuevas dedicaciones, mucho más excitantes. Ya lo dijo Sócrates: “Quien ya no es tu amigo es que no la ha sido nunca”. O algo muy parecido.
El libro de Miratvilles, estaba entre ediciones originales de Elliot y Dylan Thomas, en la biblioteca bilingüe de Anna. Pertenece por supuesto a la Biblioteca Básica Salvat, y me depara una sutil paradoja: en la última página, una mosca fósil reposa sobre el capitel de una columna dórica.
El último desayuno con Anna está mecido por un concurso radiofónico de ópera y por delicadas melodías chinas. Antes de irme, me pide que le escriba algo en el libro de visitas. Con una caligrafía desastrosa le escribo algo parecido a esto: “Ha sido una suerte que mi casa no estuviese disponible para poder conocer un lugar mágico y fascinante como éste. Espero volver pronto y seguir disfrutando de tu conversación y de tu sonrisa”. Le doy un disco de Scalde, Poperetta, y ella me regala Eveything I have is yours, de Billy Eckstine, un tipo que trabajó, ahí es nada, con Charlie Parker, Sarah Vaughan, Dizzy Gillespie, Quincy Jones y Count Bassie, entre otros.
El proyecto de la NASA, además, tiene escasas posibilidades de éxito. No está la economía estadounidense para tales dispendios. Parece que el salto para la Humanidad no fue más que un capricho momentáneo, que la carrera no era más que una infantil competición contra los rusos, y que sin rival (espacial) nadie tiene ganas de seguir corriendo.
Así que me voy de la Casa Inglesa del Castañar, y después de disfrutar del último masaje de Angelines, pongo rumbo a Madrid para ver a mi mujer, que todavía apenas ha visitado este diario. Durante el masaje, Angelines me cuenta que estudia Podología en Madrid, y que en una semana se va para allá, así que le pregunto si conoce algún lugar donde pueda recibir masajes y ella se ofrece a venir a dármelos a mi domicilio. Me anota su teléfono en un post it, junto a su nombre: Estíbaliz.
La sorpresa que me causan estos datos y previsiones, se multiplica al caer en mis manos un libro de 1969 de Luis Miratvilles, titulado Visado para el futuro. Pocos días después de la primera llegada de humanos a la Luna, Miratvilles habla fascinado de conceptos como el perceptron, la biocibernética, el tercer infinito, el Homo Cosmicus, la hibernación, o los relojes biológicos, e incluye fotografías de las unidades de memoria de un ordenador IBM.
Mi confusión entre los nombres de Angelines y Estíbaliz no es tan preocupante. De hecho, me dijo su nombre el primer día, y al siguiente yo recordaba varios datos sobre el mismo: que era polisílabo, que tenía mayoría de vocales débiles y que incluía una ele. De hecho Angelines y Estíbaliz son palabras conectadas (el final de la primera coincide con el principio de la segunda), tienen nueve letras, cuatro sílabas y comparten, además, la sílaba li y las vocales a y e. Sólo se diferencian en tres consonantes. Son palabras, por lo tanto, parecidísimas. Aunque esto sea algo que sólo podamos entender mi hermana y yo.
Miratvilles. Pero, ¿quién es Miratvilles? ¿Cómo puedo conocer el careto de Julián Muñoz o de Willy Toledo y no saber quién es Miratvilles? Visado para el futuro explica cómo la investigación de las conducta de los animales sirve para aplicarla a la ciencia, y muestra a un hombre sorprendido de que, por ejemplo, la araña firme sus telas. Habla de conservar vivos los cerebros. Admite que el hambre es la verdadera guerra de la humanidad y, pese a ello, concluye el libro con un canto apasionado al futuro.
Mientras mis piernas son estrujadas por el efecto de la presoterapia, recuerdo que en pocos días, muchos de los que fueron mis amigos estrenaran sus nuevas obras. A algunos de esos amigos los pudrió el veneno del artista fracasado. De nuevo esperan una oportunidad que nunca les llegará, y apenas vislumbran la posibilidad del éxito se apresuran a librarse de la incómoda compañía de los que los escuchamos y atendimos en los tiempos de miseria. A otros, simplemente, la fama les reclama nuevas dedicaciones, mucho más excitantes. Ya lo dijo Sócrates: “Quien ya no es tu amigo es que no la ha sido nunca”. O algo muy parecido.
El libro de Miratvilles, estaba entre ediciones originales de Elliot y Dylan Thomas, en la biblioteca bilingüe de Anna. Pertenece por supuesto a la Biblioteca Básica Salvat, y me depara una sutil paradoja: en la última página, una mosca fósil reposa sobre el capitel de una columna dórica.
Béjar, 25 de septiembre de 2005
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