martes, 29 de mayo de 2007

LA PISCINA (y III)


Foto: Paloma García


O, más que resumida, lo que indicaba era mi ineludible final: la diagnosis de mi enfermedad, la destruccción de la piscina, que representaba mi vida, la fecha de mi muerte, en apenas un par de meses, y la única forma de salvación que a estas altura me quedaba: la muerte, el viaje definitivo.

Pero ¿por qué la piscina representaba mi vida? Empecé a entenderlo muy pronto. Esa pequeña piscina era la base de mi estancia en la casa de campo, una estancia que a su vez suponía la esencia de mi propia existencia. Mi vida no habría sido posible sin esos periodos de exilio voluntario, y esos periodos no habrían sido soportables si no hubiesen tenido la misión cotidiana de limpiar esa piscina. Una piscina en la que, sorprendentemente, jamás he llegado a bañarme, pero a la que he proporcionado todo tipo de cuidados y atenciones durante la mayoría de las horas que he pasado en esa casa.

Cuidar la piscina significaba cuidar de mí mismo. Mantenerla limpia era impedir que entraran en mí, al menos durante esos días, todas las inmundicias que me envenenaban el resto del año. La depuración del agua era la de mi propia vida. Pero este año la piscina no habría aguantado tanta contaminación y se habría dejado vencer. Este año no habría piscina, ni vida, cuando llegase el mes de agosto.

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