martes, 29 de mayo de 2007

LA PISCINA (II)


Foto: Paloma García


Fue entonces cuando sentí hambre, me levanté, comí algunas galletas de chocolate y escribí esas palabras en la agenda, en la columna correspondiente al uno de junio. Esa madrugada era la del veintiocho de mayo, el mismo día que iría, a las seis de la tarde, al dermatólogo. Y precisamente el uno de junio era el día previsto para visitar el pueblo en el que cada verano paso mis vacaciones de agosto. Todos los años, en primavera, suelo acercarme un día para comprobar cómo está esa casa que durante el resto del año permanece cerrada y deshabitada, apenas vigilada de cuando en cuando por una familia del pueblo. La casa no guarda nada que pueda interesar a nadie (una cama, una mesa, dos sillas, una pequeña nevera y un fogón son todo su inventario), así que siempre hago ese viaje de rutina sin otra preocupación que comprobar los desperfectos que pueden haber causado las lluvias o las nevadas, o los estropicios propios de los pájaros y roedores que hayan logrado colarse en alguna habitación. Sin embargo, esa noche reparé en la piscina (apenas una alberca con una vieja lona que impide, y no siempre, que conejos, zorros y topos cayeran en ella y muriesen ahogados), y sentí un miedo incomprensible, un súbito temor a que la piscina hubiese sido destruida por granizos o por vándalos, y a que con ella se perdiesen inevitablemente todas mis posibilidades de salvación. Me dejé caer en la cama y comencé a sudar de manera exagerada. Imaginé de nuevo la piscina, ahora invadida por animales irreconocibles, y no pude dejar de asociar esta visión a la de mi cuerpo lleno de eccemas.

Sí, eccemas, ahora que reparaba en mis manchas, me parecían más bien eccemas: sin duda el diagnóstico inicial fue erróneo. Tenía la piel llena de erupciones que podían ser hongos, o herpes, o sarcomas, y podían ser síntomas de alguna enfermedad terrible como el cáncer, la lepra o el sida. De pronto vi que toda mi vida estaba resumida en las pocas palabras apuntadas esa semana en la agenda:

dermatólogo

piscina

agosto

voy a salvarme

viaje

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