lunes, 17 de marzo de 2008

Tres días en Barcelona

Tres días en barcelona (I)



Rumbo a Barcelona, en el recién estrenado AVE, mi mujer y yo padecemos la escalofriante espera en el Vagón 4, Cafetería, con su también primeriza, y solitaria, camarera. Bocadillos poco recomendables, ventanillas demasiado bajas como para calcular bien los horizontes, alaridos móviles, turnos de desconfianza junto a la barra, propinas de los viajes. Dos horas y pico, entre somnolientas y esperanzadas, hojeando el periódico, ajenos a las películas y a las conversaciones. Vamos a ver a The Cure, a ver a un amigo, a comer cosas nuevas. Ya en El Raval, cuando anochece, abordamos el apartamento de Diego y proponemos vinos y cervezas antes de dirigirnos al Palau. Diego nos regala una rápida disertación sociológica de la ciudad antes de darnos las llaves de su casa, un envidiable espacio que combina la solidez de lo antiguo con la funcionalidad de lo moderno, no en vano apenas tardamos unos minutos en sacar de nuestra chistera común el inevitable tema Adrià. Camino de Montjuïc, reparamos en la extraña luz de esta ciudad, presos aún de los fogonazos que el flash perpetuo de Diego ha arrojado sobre nuestra prejuiciosa mirada. En la cola del Sant Jordi, una argentina pregunta a unas catalanas si hablan español. Dentro del recinto, limpio y engañosamente organizado, procedemos al calvario uno: comprar una cerveza, y al calvario dos: encontrar el sitio exacto que señalan nuestras localidades amablemente expendidas con su inquisitorial recargo por el cajero pertinente y más próximo de La Caixa. A un paso de derrochar nuestra "own private The Cure Experience" enredándonos en la inevitable secuencia de protestas y reclamaciones, nos dejamos llevar por la hipnótica vibración y la infalible oscuridad que anuncian el comienzo del concierto y nos despeñamos escaleras abajo hacia la pista. Cerca de la zona de tres puntos, comenzamos a gozar del show.


Tres días en barcelona (II)



Robert Smith, ahí es nada.

Tres horas largas y una sola deuda: la mágica Fascination Street se queda en el limbo, pero llegamos al cielo cuando suenan The Blood, Lovesong (para mí el momento más emocionante), la insoportable (por insuperable) terna de Friday I’m In Love, Inbetween Days y Just Like Heaven, y más tarde Pictures Of You, Lullaby, A Forest, Boys Don´t Cry, Killing An Arab…


Dejemos aquí el playlist, recogido (y comprobado) de la crónica expuesta por CarmenPotter
aquí

01. Plainsong
02. Prayers For Rain
03. Alt.End
04. The Blood
05. The End Of The World
06. Lovesong
07. To Wish Impossible Things
08. Catch
09. From The Edge Of The Deep Green Sea
10. Kyoto Song
11. Please Project
12. The Walk
13. Push
14. Friday I'm In Love
15. Inbetween Days
16. Just Like Heaven
17. Primary
18. A Boy I Never Knew
19. Pictures Of You
20. Lullaby
21. Never Enough
22. Wrong Number
23. One Hundred Years
24. Disintegration

Bis 1
25. At Night
26. M
27. Play For Today
28. A Forest

Bis 2:
29. The Lovecats
30. Let's Go To Bed
31. Freak Show
32. Close To Me
33. Why Can't I Be You?

Bis 3:
34. Boys Don't Cry
35. Jumping Someone Else's Train
36. Grinding Halt
37. 10.15 Saturday Night
38. Killing An Arab


Tres días en barcelona (III)



“You´re simply elegant!”. Tras los bises y los aplausos, peldaños. Muchísimos peldaños. Una fuente apagada. Una plaza sin medios de locomoción. Dolor en los pies. Dolor y daño en la espalda que bailó más de lo aconsejable. Un gato persa junto a la almohada que reclama su lugar. Sueños que insisten en su rareza mientras pierden interés. Por la mañana bordeamos la Boquería y nos sentamos en la terraza del Rita Rouge, justo cuando Jaume Figueras, el gordito insolente de los Oscar, abandona su plaza. Platos sencillos, camareros amables e internacionales, buen rollito. En la Fnac nos hacemos con The Covers Record de Cat Power, y un par de discos raros de los Tindersticks. También con el radiante Nocilla Experience de Fernández Mallo. Llegamos a la casa de Diego ufanos y contentos. Nos prepara su especialidad gastronómica: patatas fritas de bolsa y banderines de alcachofas con anchoas y aceitunas. Insuperable. Unas cuantas cervezas después nos adentramos en las calles estrechas y llenas de historia del barrio gótico. Llegamos a Little Italy, donde un músico de origen indescifrable despliega un repertorio de calidad ondulante. Nos demuestra la más recomendable virtud del árbitro, pasar desapercibido, mientras el mantel se cubre de interminables discusiones futbolísticas. Volvemos poco a poco, interrumpidamente, al Raval. Una pausa en el Betty Ford nos traslada a un ambiente adolescente, cercano al espíritu de los antiguos Colegios Mayores, pero protagonizado por cuarentones entusiasmados por la abundancia de jovencitas Erasmus dispuestas a atender hasta a los más vergonzantes trucos de magia. Antes de llegar a casa, sorteamos las basuras, las esquinas y las latas de cerveza de alcantarilla que nos ofrecen los paquistaníes.


Tres días en Barcelona (IV)



El miércoles nos vemos empujados a pasar una jornada en el Hotel Ciutat Vella, ya que nos cobran al menos una de las noches que habíamos reservado. Es lo que ellos denominan “política de empresa”. Está a 30 metros de la casa de Diego, y alterna algún detallito majo (agua, café, internet y fax gratuitos) con cierta racanería en la equipación de las habitaciones y en el kit del baño. Estéticamente es una especie de NH modernito. Por la mañana bajamos Las Ramblas hasta el prescindible mall del Marenostrum y después sorteamos la epidemia de monopatines que cerca el MACBA para visitar la tienda del CCCB, donde nos hacemos con algunos souvenirs y media docena de libros: los Micropoemas de Ajo, el tocho sobre Robert Crumb, las delicadas ediciones de Siruela (Octavio Paz, Plutarco…), Satie, Durás... Repetimos almuerzo en la terraza del Rita Rouge y después de trastear en La Boquería, nos surtimos de agua y pereza en el hotelito. Durante la siesta vemos un interesantisímo documental sobre las arañas y sus estrategias de caza (y de apareamiento: espectacular cuando una especie arácnida con complejo de mantis religiosa abre sus ocho patas para recibir el macho al que se zampa after-coito). A las ocho ya estamos en las puertas la Sala Castelló, donde se presentan los discos de Russian Red y Lonna Kelley. Fieles al "estilo eureka", los conciertos comienzan con bastante retraso y cierta precipitación. Nada que objetar: la salita está a tope y los músicos responden ante las dificultades. Russian Red cierra con una versión de un tema de Mazzy Star y Lonna Kelley despliega su inquietante catálogo de susurros y gruñidos mientras acaricia con delicadeza y talento las cuerdas de su guitarra. Me despido de Fernando Flow, que en unas horas sale volando hacia Austin para asistir a la feria discográfica South by Southwest, y nos vamos a cenar. Sergio, un tipo muy simpático que hemos conocido en el concierto, nos acompaña hasta el bullicioso bar de Las Fernández y en el camino iniciamos varias conversaciones que seguramente tendrán continuación. Como la espera estimada nos resulta excesiva buscamos al azar y entramos en el restaurante Ánima, donde descubrimos un vino joven muy resultón (Baldomà Selecció) y disfrutamos de la gracia explosiva que el vinagre de Módena añade al aceite de oliva: literalmente, para mojar pan.


Tres días en Barcelona (V)



En la tele del hotel, mientras nos entregamos al sueño, se suceden viejas imágenes de Aznar. Los cuatro tertuloides de siempre vociferan (no todos tanto como M.A.R.) y escupen sus personales interpretaciones de la trayectoria del líder del PP. Un hombre ante todo siniestro, cuyo gestos, muecas y discursos son sin duda el germen de las pesadillas de esa noche. A la mañana siguiente, amparados por la generosidad de Diego, decidimos quedarnos un día más en Barcelona. En una tasca de la Rambla de Catalunya me zampo una calçotada histórica. Mientras hacemos la digestión vagabundeamos por el Eixample y compramos un ratito de elegancia adquiriendo dos pares de zapatos tan modernos como clásicos. De nuevo en El Raval, echamos la tarde escarbando en las tiendas de discos de la calle Tallers. El botín: rarezas y viejos tesoros audiovisuales de Tindersticks, The Pixies, Joy Division y Franz Ferdinand, entre otros. A las siete y cuarto ya estamos sentados en la sección de libros de la Fnac, donde Agustín Fernández Mallo presenta Nocilla Experience, asunto notable que merece una entrada propia en este humilde cuaderno.


Tres días en Barcelona (VI)



Como prevención ante la lírica esgrimo la economía. Agustín Fernández Mallo ha vendido doce mil ejemplares de Nocilla Dream, y eso en este país es un pelotazo. Alfaguara le publica ahora Nocilla Experience y en la primera edición pone a calentar quince mil libritos por los mercados. En la Fnac AFM no para de sonreír hacia dentro mientras saluda a la afición. Pepe Ribas, a destajo, larga una introducción espesa y afectada donde él vuelve a ser el protagonista y pasa la palabra a Gabi Martínez. Y entonces comienza la aberración surrealista: el hombre se empeña en demostrar que se ha currado el asunto de la presentación y lee (muy mal) media docena de folios que resumen lo peor de lo peor del sofocante oficio del crítico. Rebusca conexiones absurdas, cuenta y recuenta cifras que nada suman, agita metáforas que nunca existieron y se enfanga en un ejercicio autocomplaciente y autodestructivo, bochornoso, insoportable, aburridísimo, insalvablemente absurdo. La educación de AFM no sirve de nada. Gabi se resiste a no ser aplaudido como el bravísimo exegeta que es. Vuelve a la carga y acosa al autor con preguntas que no merecen respuesta. Fernández Mallo suelta tres o cuatro frescas que dejan claro el tipo de escritor y de persona que es: alguien en las antípodas de los delirios de Martínez. Por citar sólo un ejemplo: “Antes era muy chulo y ahora sé que fui muy soberbio con los lectores. Creo que soy menos chulo. Creo que eso está bien”.


3 días en Barcelona (y VII)



Buda, el gato de Diego, está inquieto. Cruzamos nuestras miradas extraviadas a las cuatro de la mañana, a las cinco, a las seis. A esa hora me voy a la cocina para leer sin molestar los sueños de Paloma ni los de nuestro anfitrión. Repaso las viejas, concienzudas y fallidas traducciones que Alberto Manzano hizo hace veinte años de las canciones de Bowie. Canturreo Ashes To Ashes. Leo un par de libros de poemas de Pablo García Casado, y sus palabras proyectan sombras brillantes en el techo de este loft. Anoche vimos el portafolio de Diego: en sus fotografías se escucha una intención atractiva y propia, la luz marca un ritmo invisible pero eficaz, las imágenes están aquí pero también en otro lugar inesperado, a veces inescrutable. El frigorífico se queja y en ese momento procuro detener mis pensamientos. Recibo el resumen de esta estancia breve, indisciplinada y hermosa. Me invaden las ganas de volver pronto a esta ciudad. Arrastro nuestra gran maleta roja entre las basuras sin recoger. Huele a café, huele a flores. La mañana fresca sabe a Raval y a poemas. La luz verde de un taxi anónimo nos recuerda que somos libres.

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