sábado, 7 de julio de 2007

todo es 99: extracto de un diario fatal


Imagen: Paloma García

Sangre de naranjas

Como todas las mañanas, me despierto, me quedo cinco o diez minutos en la cama, acariciando su cuerpo dormido, me levanto, meo escandalosamente, me meto medio dormido en la ducha, uso el champú, el gel y el acondicionador, salgo un poco más despierto, tardo un buen rato en secarme, cojo la crema de afeitar y me afeito, me pongo after-shave y crema hidratante en el rostro y en el cuello, desodorante en los pies y en los sobacos, pasta dentrífica sobre el cepillo, gel fijador en el cabello y unas gotas de colonia en las orejas, en la nuca, en las muñecas. Me visto, no me siento completamente vestido hasta que no me calzo mis botas. Pongo la televisión, la Primera de TVE, sin voz, para no despertarla, y leo las últimas noticias en el tele-texto. Bebo un vaso de agua. Cambio a Canal Satélite Digital y leo los títulos, los géneros y hasta los argumentos de las seis películas porno que emiten cada día. Después bajo a la calle, compro El País, doy un pequeño paseo, con una tranquilidad que contrasta con las prisas del resto de los transeúntes, veo a algunas chicas con las narices y los muslos enrojecidos por el frío, andando deprisa sobre sus tacones, algo encogidas pero aun así solemnes, desafiantes. Subo de nuevo a casa, bebo más agua, leo las secciones de Cultura, Deportes y Televisión, hago, muy velozmente, el Revoltigrama y, a continuación, también bastante rápido, el Crucigrama. Echo un nuevo vistazo al tele-texto, para leer el resto de las portadas de los periódicos, al menos las de los deportivos. Voy al dormitorio, la beso y le digo que voy a preparar el desayuno. Voy a la cocina y comienzo a preparar el desayuno.
Como todos los días, elijo las naranjas más naranjas. Saco de la despensa el café, el filtro, algunas rebanadas de pan integral, azúcar moreno, galletas, pastas y cereales. Parto en dos cada naranja, y sueltan unos chorritos de sangre. Conecto el exprimidor y voy desangrando las naranjas. El exprimidor cambia automáticamente el sentido de su giro para poder extraer así hasta la última gota de sangre de cada naranja. Lleno dos grandes vasos de sangre de naranjas. Los tapo con unos platitos para que se conserven las vitaminas, para que no se escapen las vitaminas, para que dentro de unos minutos todavía puedan calificarse como zumos recién hechos de sangre de naranja.
Voy de nuevo al dormitorio, le doy otro beso a mi mujer y le digo que el desayuno está casi listo. Ella me dice que ya viene, que ya mismo se levanta. Pongo a calentar el agua, enciendo la tostadora. Saco del frigorífico margarina, mermelada, algunas piezas de fruta, jamón cocido, queso y leche. Voy llevando todo a la terraza cubierta, que es donde solemos desayunar. Nos gusta el efecto de los rayos de sol colándose entre las rendijas de las persianas metálicas. Y el ruido sordo y lejano de la ciudad de fondo. Nos gusta, o al menos me gusta a mí. Vuelvo al dormitorio, y le aviso a mi mujer que ya está todo preparado. Le doy otro beso, pero éste no es igual que los anteriores.
A mi mujer le cuesta mucho trabajo levantarse. Tiene su explicación: por las noches tarda mucho en dormirse. Yo, cuando llego a la cama, cojo cualquier libro y apenas tardo cinco minutos en caer dormido. Claro que yo me despierto dos o tres horas antes que ella. Tenemos los ritmos algo cambiados. Nos ocurre lo mismo con la temperatura. Cuando nos acostamos yo tengo mucho calor y ella mucho frío. Eso hace que a veces quiera abrazarme para calentarse. Yo también quiero abrazarla pero cuando lo hago me pongo a sudar como un cerdo y me agobio mucho, así que tengo que separarme un poco de ella. Por las mañanas yo me despierto muerto de frío, y ella ya está destapada y en sueños murmura que hace mucho calor. Yo la tapo un poquito con la sábana, porque creo que de todos modos puede coger frío, pero ella se la quita de encima a manotazos y frunce el ceño o se queja medio dormida. Por las noches ella se pasa una o dos horas leyendo. Me doy media vuelta para que no me moleste la luz. A veces se levanta y se pone a ver una película. Algunas mañanas amanece dormida en el sofá. Algunas mañanas yo termino desayunando solo, algo enfadado, aunque cada día me enfado menos.
Salgo del dormitorio armado de paciencia. Para amar, y para escribir, hay que tener mucha paciencia, me digo. Saco las tostadas, como siempre algo quemadas, me siento a la mesa acristalada de la terraza y comienzo a sorber la sangre de naranja y a pelarme un melocotón. Echo la leche fría sobre el café caliente. Me gusta el café recién hecho, pero prefiero la leche fría. Ella no soporta el café recién hecho, siempre toma el que sobró del día anterior, pero le gusta la leche muy caliente.
Algunas mañanas acabo desayunando solo, pero hoy, cuando sólo he tomado el zumo, el melocotón, un poco de café y media tostada, ella aparece con los ojos medio cerrados y mi camisa larga por encima de su cuerpo desnudo. Se sienta sin hablar, sin darme un beso, dice ahora que tiene frío, parece que le molesta el sol. Permanece unos minutos sentada, absorta, hasta que le digo que se tome la sangre de naranja porque se le van las vitaminas. Se lo digo así: sangre de naranja, y ella levanta una ceja y me mira extrañada. ¿Cómo que sangre de naranja? me dice. Y le cuento que esta mañana, mientras las partía por la mitad, me dio la impresión de que las naranjas se desangraban. Asiente sin mayor entusiasmo, prueba el zumo, el zumo de naranja, y determina que está un poco ácido. Me levanto para calentarle la leche otra vez, pues ya se ha enfriado y sé que no le gusta tibia. Cuando vuelvo me dice que no está mal.
—¿El qué? le pregunto.
—Lo de la sangre de naranja. Podías escribir algo a partir de eso.
—Sí, de hecho he pensado un relatito sobre eso, no sé, describir lo que hago por las mañanas, lo que hago una mañana de cualquier día, y meter ahí lo de la sangre de las naranjas.
—Ya...
—¿Qué te parece?
—No, si está bien, pero... Podías darle alguna vuelta, ¿no? Hablar de otras frutas o de otras verduras, o hacer un cuento que no fuese lo que tú haces por la mañana y donde sólo apuntas lo de la sangre de naranja, ¿no?
—Sí, claro, ya, está bien, estaría bien, claro, pero ya sabes que si me tengo que poner a crear una historia y a desarrollar todo el tema de la sangre de las frutas, las vísceras de las verduras o el alma de los cereales pues...
—Pues qué.
—Pues que me aburro. Que me gusta la idea de lo de la sangre de las naranjas y punto, no ponerme a inventarme ahora una chorrada que además merezca ser interpretada como una metáfora de las relaciones sociales, del incierto destino de la humanidad o de su puta madre.
—Ése es tu problema, que te aburres.
—¿Qué quieres decir?
—Pues eso, que te aburres, que todo lo que te supone un esfuerzo, una dedicación, una constancia, te aburre. Que tú solo quieres hacer esa cosita que se te acaba de ocurrir y que, además te parece fantástica y nada más. Y además quieres o pretendes que los demás te digamos “¡Oh! Es fantástico, es maravillosa esta pequeña tontería que tu prodigiosa cabecita ha parido esta mañana mientras preparabas el desayuno, estamos todos felices y satisfechos de tu pequeña tontería de hoy, eres el mejor”.
—Estás hablando de sexo, ¿verdad?
—¿Cómo?
—Que estás hablando de sexo, de nuestra relación sexual, ¿no?
—Pues no.
—¿Cómo que no? Me estás diciendo que no te dedico tiempo, que nuestros polvos son miserables, que no te presto atención, dedicación, ni esfuerzo, ni nada, que me limito a echar algún polvo rapidito y punto, y que encima pretendo que así te sientas feliz, satisfecha creo que has dicho, conmigo, ¿no?
—Yo no he dicho nada de eso.
—No, tú has hecho una estupenda metáfora a partir de MI idea de la sangre de las naranjas.
—Yo sólo te he dicho que para escribir hay que tener mucha paciencia.
—Ya. Y para amar también.



Obra: Ana Sánchez

The black & white end

Hay noches en las que el mundo sospecha de mi infinito desprecio. Y entonces las caras se vuelven, el aire de tantos giros provoca vientos dañinos que arañan mi imagen, se cierran las palabras y los vasos se escupen. Entonces nadie me quiere ver. Esas noches me desaparecen.
Como puedo, vuelvo a casa, a una casa que no es mía ni es extraña, que nunca perteneció a nadie. Mis pasos son lentos o trágicos, y huele a miedo, a rencor, a abandono. Sobre el mármol borro huellas recientes con pasos pesados, con pies indecisos. Sobre la mesa hay letanías, sobre el colchón, pesadillas.
Si ella se oculta bajo las sábanas es porque todo está perdido. Si aparece su pie inquietante, que danza y renuncia al calor de su breve calcetín, algo de amor y de esperanza flota en el dormitorio, un soplo que habla de lo que vendrá mañana. Un horizonte borroso. Un país desconocido.

Pero ahora la decoración se nutre de látex, cartón y celulosa. Las luces no alumbran nada. Las llaves prefieren morirse. Pero ahora están mis dedos sin uñas ni ritmo, y mis manos con manchas ancianas, y algo más que no se convierte en nada, pues carece de fuerza y de maña, y derrocha veneno o locura, aunque logra evitar la rima más detestable.

Quiero atrapar un satélite que ronda mi espacio y mi vida. Un cuerpo más negro que azul, que viene y que va sin orden ni norma, que deslumbra u oculta, que es muy bueno y muy malo. Entre esa esfera y yo no hay más que vacío. Inmensos desiertos sin brújula ni estrellas. Errores sin accidentes. Prohibición de experiencias.

Beber, morir, callar o arrojarse son cosas que pueden al fin quedar justificadas. Escribir tan mal como ahora, no. Así que hasta mañana.

1 comentario:

safrika señorita dijo...

para amar también hay que tener estómago