
Si tan solo yacieras fría y muerta
y apagándose fueran las luces del Oeste,
vendrías hacia mí a inclinar tu cabeza;
posaría mi frente en tu pecho
y tú murmurarías palabras tiernas
perdonándome, porque estarías muerta.
No habrías de levantarte y partir
aunque es tu voluntad de pájaro silvestre.
Sabrías que tu pelo prisionero
se anudaba al sol, a la luna, a las estrellas;
quisiera, amada, que yacieras
en la tierra, bajo la ramazón,
mientras palidecían las luces una a una.
W. B. YEATS: El viento entre los juncos
(Trad.: Enrique Caracciolo Trejo)
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