jueves, 1 de marzo de 2007

LOS PROLEGOMENOS



Respecto al fútbol, lo que menos me interesa son los prolegómenos.

Todo acontecimiento genera una expectación que se traduce, inevitablemente, en rentabilidad mediática o económica, pasional, política o social. O quizá todos estos adjetivos sólo describan la misma cosa: lo futurible. O lo que es lo mismo: el nerviosismo púber ante la inminente danza, el parkinson del broker frente a la pizarra bursátil, la oración calamitosa del familiar que ya sabe la fatalidad del enfermo.

Pero yo iba a hablar de fútbol. Del fútbol.

Dentro de diez días, por fin, se jugará, si el cambio climático lo permite, el esperado Barça-Madrid de todos los años. Desde hace tiempo se piensa y articula sobre la sospechosa abundancia y dudosa calidad de los infinitos partidos del siglo. Este año no está siendo distinto. Llevamos enfrentándonos a tan magno acontecimiento desde hace meses. Los días previos no se hablará de otra cosa. Seremos informados de cada gesto y cada silencio, de cada palabra y de cada reflejo que de una manera directa o indirectísima, real o inventadísima, ataña al clásico. Llegará el día, en su vociferada cuenta atrás, se jugará el partido, se dará el resultado que se dé y así, inmediata, eléctrica o tal vez ya electrónicamente, cesará el asunto. Habrá unos cuantos ecos: periodistas barrigones desgañitándose por lo obvio, las portadas del día siguiente, dos resúmenes mal hechos que atenderán a cualquier cosa menos al maravilloso juego del balompié. Tras la saturación de los prolegómenos, quedará muy poco del después. Apenas los chascarrillos de Montes & Cía en las tribunas desiertas. Dos columnillas polémicas en los periódicos. Crónicas cada vez menos precisas por más urgentes. Y todas las consecuencias se irán apagando, como la noche se apaga obligada por el fulgor de las farolas. Es de día, pero me indican, multitudinaria, mundialmente, que debo irme. No es cosa vana. De inmediato al acontecimiento ya brotan los impacientes rumores del siguiente prolegómeno.

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