Asomado a la vida (Foto: Gorka Lejarcegi)
Ayer leí en El País una entrevista que Juan Cruz le hizo al grandísimo Alfredo Alcón, sin duda el tipo que más me ha emocionado sobre un escenario (el año pasado en Buenos Aires, Muerte de un viajante, en primera fila, con el escenario a la altura de mi nariz). Alcón es mucho mayor de lo que aparenta (casi 80 años con una planta impecable: en la obra de Miller parecía que estaba caracterizado de anciano —y en realidad no se puede decir que Alcón sea un anciano). Además de un actor enorme, el tipo es sabio. Así responde a dos preguntas de Juan Cruz (las cursivas son mías):
P. ¿Y qué ha ido aprendiendo usted, qué le ha dado la vida?
R. Ni hago balances ni creo en ellos. Los demás dicen que soy un hombre grande, pero yo soy el mismo chico que jugaba al teatro en la azotea de mi casa. Poner un rótulo a cada cosa nos da la sensación de que dominamos ese desorden que es estar vivo.
P. Y no dominamos nada.
R. Y cuando uno cree que domina está perdiendo la vida. Si quiero poner mi experiencia de ayer en el día de hoy, me pierdo el día de hoy.
(En la misma página, otro maestro, Diego Manrique, recuerda —en esta ocasión, a propósito de Morrissey— una regla de oro que, lamentablemente, he tenido la oportunidad de constatar más de una vez: "si adoras a un artista, mejor no tratarle; casi siempre, descubrirás que se ha convertido en un monstruo").
No hay comentarios:
Publicar un comentario